Hora de armar las valijas

En algún momento del viaje uno empieza a pensar en la vuelta. Todavía sigue allá (cualquier cosa, cualquier circunstancia, que sea “allá”) pero su percepción del tiempo y del espacio experimenta una transformación. Calcula los días y las horas, el peso de la mochila, el dinero, lo que hizo y lo que todavía tiene por hacer en virtud del regreso al hogar, o si se quiere, del regreso a su lugar de residencia o al punto de partida. Distiende los hombros, al igual que los distiende en la coda de una canción o cuando faltan cinco minutos para que acabe el partido y el equipo de uno gana por tres goles de diferencia. Ya está. Ya quiere que se te termine. El trayecto espacial y temporal restante se recorre con una leve lejanía. Uno está ahí, pero piensa en otra cosa: en lo que hará cuando llegue a casa.

Durante las últimas semanas del año esa sensación se vuelve palmaria para casi todos. Se hace lo que debe hacerse, pero nadie se inhibe de poner en marcha el piloto automático y dejarse llevar a la espera del próximo año. En los ámbitos escolares ocurre en ese breve trecho que media entre los últimos exámenes y el final formal de cursada: los exámenes ya se resolvieron y a veces ya se corrigieron, faltan una o dos clases para que termine el curso, se repasan los temas que quedaron afuera de la evaluación, a veces no se repasa nada y se conversa sobre cualquier otra cosa. Ya está, ya se acabó, sólo hay que dejar correr las horas y nada más. También ocurre en los videojuegos: o bien cuando uno completó el objetivo y queda un tiempo remanente, o bien cuando no lo completó y permite que el tiempo se escurra a la espera de una nueva partida.

El espacio ya está pagado, ésa sería la expresión. En la sala de ensayo, por ejemplo, cuando se tocó todo lo que había para tocar y los músicos holgazanean, beben una cerveza, se sientan en un rincón. O como en la cancha de fútbol, cuando el encuentro terminó pero alguno se queda peloteando en un arco. Total, la cancha ya está pagada. De algún modo es como trabajar a reglamento. O como tener todos los bártulos embalados y etiquetados y que todavía falten dos o tres días para que llegue el camión de la mudanza.

No tiene sentido tocar las fanfarrias ni poner toda la carne en el asador. Tampoco tiene sentido tomarse el esfuerzo de remodelar el departamento que se está por abandonar. Ni siquiera de cuidarlo como solía cuidarlo; a lo sumo se lo barre un poco y nada más. Cuando el espacio ya está pagado y el camión de la mudanza en camino, lo mejor es trabajar a reglamento. Las valijas ya están hechas. Hay otros viajes por delante.

Marcelo Pisarro Written by: