Aparentan saber mucho y no saben nada

La poesía llamada “popular” es una poesía híbrida. Eso escribió el historiador Antonio Sánchez Romeralo en El villancico. Estudios sobre la lírica popular en los siglos XV y XVI, su libro de 1969. Propuso que frente a la tesis romántica (todo en la poesía popular es obra del pueblo) y frente a la tesis anti-romántica (el pueblo no crea), el villancico recordaba que poco o nada puede explicarse sin el auxilio entre lo letrado y lo iletrado.

“El villancico viene de no sabemos dónde; viene desde no sabemos bien cuándo. No conocemos apenas sus orígenes ni su historia. Todo es misterioso en torno a esta canción, a esta poesía. Pero es antigua; ha vivido largo tiempo en la memoria de las gentes; los padres se la han ido dejando a sus hijos, y así a lo largo de generaciones. Su estilo se ha ido formando en este largo e ignorado proceso de conservación, repetición, ajuste y recreación”.

Me interesa menos inmiscuirme en una discusión sobre qué es, o qué no es, “lo popular”, que saborear el misterio que Romeralo pone en la relación entre lo letrado, lo iletrado, la memoria y aquello que se lega de generación en generación. En este caso se trata de villancicos de los siglos XV y XVI, pero puede referirse a cualquier otra cosa.

El antropólogo Jack Goody y el historiador Ian Watt escribieron ―en un artículo que se titula “Las consecuencias de la cultura escrita”, publicado en un libro compilado por Goody, Culturas escritas en sociedades tradicionales― que “el alfabeto es seguramente el máximo ejemplo de difusión cultural”. No estaban siendo originales, pues seguían al paleógrafo británico David Diringer, que ya había afirmado lo mismo a mediados del siglo XX.

La idea de representar un sonido mediante un símbolo gráfico es un salto enorme y asombroso de la imaginación. Lo sorprendente ―escribieron Goody y Watt― no es que se haya producido en un momento relativamente tardío de la historia humana; lo sorprendente es que haya llegado a producirse. Casi todos los alfabetos existentes (o cuya existencia está documentada) tienen su simiente en los silabarios semíticos del segundo milenio antes de Cristo. Esta invención surgida en el antiguo Cercano Oriente, la escritura, cambió toda la estructura de la tradición cultural.

La difusión de la escritura fue un proceso lento. Esto se debió en parte a las dificultades mismas del sistema, pero también a las especificidades culturales de las sociedades que lo adoptaban. La escritura se usaba como una ayuda mnemotécnica; la idea de que podía servir como un sistema autónomo e independiente de comunicación todavía no había germinado. Y no tenía por qué germinar. Que algo haya vivido “largo tiempo en la memoria de las gentes”, que haya sido dejado a los hijos por sus padres, y así por generaciones, no era una idea ―un sistema, un valor, un conjunto de pautas e instituciones culturales, políticas y sociales― que podía abandonarse a la ligera.

En Fedro, un diálogo entre Sócrates y Fedro escrito por Platón, el primero se refería al “carácter del buen y el mal hablar y escribir”. Sócrates, como personaje de Platón, contaba una anécdota. El rey egipcio Tamos había reprendido al dios Tot por su pretensión de que la escritura, un invento de Tot, brindaría “una fórmula para la memoria y la sabiduría”. Si los hombres aprenden a escribir, dijo Platón que Sócrates decía que había dicho Tamos, “esto implantará el olvido en sus almas; dejarán de ejercitar la memoria porque contarán con lo que está escrito, y no evocarán las cosas desde dentro de ellos mismos, sino por medio de marcas externas; lo que has descubierto no es una fórmula para la memoria, sino para el recordatorio. Y no es verdadera sabiduría lo que ofreces a tus discípulos, sino sólo su apariencia; pues al contarles de muchas cosas sin enseñárselas, harás que aparenten saber mucho, mientras que en su mayor parte no sabrán nada; y en tanto hombres llenos, no de sabiduría sino de la presunción de ser sabios, serán una carga para sus congéneres”.

Sócrates ―el personaje de Platón― atacaba la escritura con una fábula o un mito, esto es, un discurso típicamente oral. La escritura amenazaba la memoria; la herencia oral evitaba el olvido. Hoy esta idea suena extraña, tan extraña como sonaba la escritura antes de su difusión cultural: cuando pudo archivarse, de manera más o menos permanente, el hecho fáctico y documentado de que no sabemos bien dónde ni cuándo.

Marcelo Pisarro Written by: