Los orígenes orientales de la civilización occidental

El politólogo especializado en relaciones internacionales John M. Hobson escribió en Los orígenes orientales de la civilización de Occidente, su libro de 2004: “La imagen eurocéntrica que todos conocemos es un mito ante todo y sobre todo porque en el siglo VI, durante la era afroasiática de los descubrimientos, dio comienzo una economía global que rompió el aislacionismo de las civilizaciones”.

Es una hipótesis difícil de probar. Al menos parte de ella; otra parte ya puede darse por sentada y pasar a lo siguiente. La imagen eurocéntrica a la que se refería Hobson coincide con las definiciones clásicas del Renacimiento, forjadas en el siglo XIX, que celebran los logros de la civilización europea y excluyen a todas las demás. También coincide con la formación de las fronteras del Occidente moderno, en el siglo XVI, bajo el doble impulso de una apropiación y una expulsión. Por un lado, la expulsión física del islam del territorio político de Europa occidental y la expulsión del pensamiento judeo-musulmán del territorio intelectual europeo. Por el otro, el mito del origen exclusivamente grecorromano y cristiano de la civilización europea, que se apropió de la regulación de la condición humana: todo lo humano debía medirse en relación a lo europeo.

En el siglo XIX se edificó la idea de que la Europa moderna había nacido en el Renacimiento, y también, la humanidad moderna. Las culturas que se originaron antes de ese momento, o más allá de los límites arbitrarios de la Europa mediterránea, quedaban excluidas de lo europeo, de lo humano y de lo moderno. Sin embargo, no era así como se había experimentado en la época que luego sería llamada “Renacimiento”. Esa mirada intencionada excluía a pueblos y culturas fundamentales para la creación del espíritu renacentista, un Renacimiento más diverso y menos unificado de lo que se da por supuesto. La Europa de finales del siglo XV miraba al Oriente para definirse cultural y artísticamente. No consideraban bárbaras o ignorantes a las culturas del Oriente, sino poseedoras de mercancías y conocimientos (técnicos, científicos y artísticos) valiosos, de sofisticadas formas de comercio que allanaron el camino para el capitalismo moderno.

El mito del origen exclusivamente grecorromano de Europa, impulsado entre otros por Petrarca en el siglo XIV, borró las influencias babilónicas, caldeas, egipcias e indias de Grecia, desde los presocráticos hasta los descendientes de Alejandro Magno; se ignoró el prestigio que Egipto tuvo entre los griegos, donde los letrados se consideraban deudores de su ciencia y su religión. Se ocultó la mezcla entre orientalismo y helenismo de la época helénica; se silenció que los romanos llamaban bárbaros a los pueblos del norte, no a los de la ribera sur del Mediterráneo.

El comercio entre Occidente y Oriente se incrementó luego de las Cruzadas. Europa exportaba materias primas; importaba bienes suntuarios y de alto valor cuya influencia en las ciudades (Venecia, Londres) fue lenta pero profunda. Todas las esferas de la vida se vieron afectadas: la pintura, la alimentación, la arquitectura, el comercio, la contabilidad, las finanzas. Se emulaban y admiraban las prácticas culturales orientales; se mejoraron los medios de transporte y para ello se siguieron modelos y fórmulas del norte de África, Oriente Medio y Persia.

En 1453 acabó la Guerra de los Cien Años, entre Inglaterra y Francia, y también en 1453 cayó Constantinopla, capital del imperio Bizantino, ante fuerzas turco-otomanas. Esto se consideró como una catástrofe para la Cristiandad, pero en realidad el sultán Mehmet II (Mehmet el Conquistador) no fue el déspota bárbaro del imaginario histórico occidental decimonónico. Sus gustos culturales se asemejaban a los de los italianos; leía a Heródoto, Diógenes Laercio, Tito Livio y otros. Construyó edificios, repobló la ciudad con mercaderes judíos y cristianos, fundó el Gran Bazar que hizo de la ciudad, ahora llamada Estambul, el centro del comercio internacional. Mehmet no sólo no destruyó los textos clásicos del mundo antiguo, sino que su biblioteca revela el celo con que atesoraba estos escritos. Fue, además, un gran mecenas del arte europeo.

Las fronteras entre Oriente y Occidente, en el siglo XV, no estaban claras. El imperio Otomano no acabó con el tráfico comercial; más bien, le puso un alto precio impositivo a las rutas terrestres. Eso hizo que los Estados europeos cristianos buscaran otras rutas para transportar mercancías desde Oriente hasta Occidente. Así, en 1492, Colón zarpó en busca de nuevas rutas y se encontró con todo un continente cuya ocupación dio comienzo al proceso que llevaría al sistema de comercio mundial integrado que hoy se llama globalización.

Ahora bien, afirmar ―como afirmó Hobson en Los orígenes orientales de la civilización de Occidente― que “la futura edad de la globalización occidental, surgida en el siglo XIX y madurada después”, se originó en un “circuito global” ya establecido en el siglo VI y dominado por Oriente Medio, persas y africanos, al que posteriormente se sumaron los navegantes y comerciantes europeos, es por lo menos problemático. Establecer el punto de fundación de un proceso complejo como el sistema de intercambio económico y cultural mundial es una decisión más simbólica que material, como encontrar los huesos del primer perro doméstico, pero a la vez, algunos eventos fueron más determinantes ―en su aspecto simbólico y en su aspecto material― que otros. Nada impide que un analista interprete que la globalización comenzó hace dos millones de años, cuando alguna especie de Homo ―posiblemente Homo ergaster― abandonó África por primera vez y migró a Asia, lo cual permitió el origen de Homo erectus, especie que luego de colonizar algunas regiones de Asia Oriental habría migrado hacia el Oeste, hasta llegar a Medio Oriente y Europa. Es un punto de fundación tan válido como cualquier otro, pero que toda interpretación sea válida no quiere decir que toda interpretación sea correcta.

Es cierto que el intercambio colombino ―el movimiento de animales, plantas, enfermedades, personas, tecnologías y culturas originado por la llegada de Colón a América en 1492 que transformó radicalmente la vida en el planeta― no se originó de la nada. Que antes de los exploradores del Renacimiento hubo persas, árabes, africanos, javaneses, judíos, indios y chinos que habían intercambiado bienes materiales y simbólicos, que habían establecido rutas de navegación, implementado sistemas de capitalización de beneficios y reorganizado las regiones involucradas. Pero tomar los eventos del siglo XV como parámetro a partir del cual sistematizar la historia del proceso de globalización dista mucho de ser sólo una “machacona insistencia del eurocentrismo” (es lo que dice el politólogo Hobson). Se entiende la vocación descolonizadora, anti-europeizante, antiimperialista, provincialista, pero a veces, en temas históricos, las buenas intenciones no se llevan bien con los análisis desapasionados. “Aun si toda fecha que permite separar dos épocas es arbitraria ―escribió el lingüista Tzvetan Todorov―, no hay ninguna que convenga más para el comienzo de la era moderna que el año de 1492, en que Colón atraviesa el océano Atlántico”.

Cada cual puede elegir el momento que más pertinente le parezca para contar su historia. Pero hay que insistir en este punto: algunos momentos son más pertinentes que otros. Aunque no encajen con nuestras buenas intenciones.

Marcelo Pisarro Written by: