Cuando el suburbio llega al pueblo

En estas semanas asistimos a debates muy reñidos sobre el uso del espacio público en la ciudad de Buenos Aires. Varios de estos debates sobrevolaron una cuestión que a veces le debe más a la alquimia que al urbanismo: la magia que convierte una villa en un barrio, el sortilegio que transforma un espacio social en otro diferente, incluso antagónico.

Como movimiento de lo marginal a lo aceptable, el cambio de denominación sugiere un cambio de elementos, de propiedades y de relaciones. Al convertirse en barrio e integrarse a la ciudad, al romper con la idea de espacio segregado al que se entra y del que se sale, la villa sortea conceptualmente las taras que le son propias. Aunque se mantiene en una posición desfavorable en la escala de exclusión y de desigualdad en el acceso a bienes materiales y simbólicos, el cambio de elementos, de propiedades y de relaciones sugiere una mejoría respecto al estadio anterior. Sigue en zona de promoción, pero evita el descenso directo.

Existen otros trucos de magia performativa similares en el espacio público, cambios conceptuales que estarían sugiriendo profundas transformaciones en la estructura social. De todos ellos, el que más me interesa es un movimiento que no supone una mejoría sino una declinación: cuando el suburbio llega al pueblo.

Lo noté por primera vez, años atrás, en la ciudad de San Vicente, a unos cincuenta kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Es interesante llegar con el ramal 79 de la línea de colectivos San Vicente, que parte del barrio porteño de Constitución y acaba su recorrido dos horas y media después, atravesando todo el sur del conurbano bonaerense vía ruta nacional 210, el célebre Pavón derecho, antes de que el horizonte comience a descomponerse suavemente en lo que el paisaje suburbano fue en otros tiempos: quintas de fin de semana hace cien años, generosas parcelas hace cincuenta años. Por fin aparece el bulevar que da la bienvenida a la localidad.

Son sólo cincuenta kilómetros y ya se vislumbran los rasgos conocidos del interior de la Provincia de Buenos Aires. Todos los pueblos-ciudades de la llanura bonaerense acaban pareciéndose: la plaza, la municipalidad y la iglesia, casas bajas y negocios con toldos de lona, construcciones del mil novecientos, muchas bicicletas y motos de baja cilindrada, autos destartalados conviviendo con camionetas de última línea, la siesta de la tarde, el infaltable jeep conducido por el hijo del dueño del boliche local o por alguien relacionado con el dueño del boliche local. A pesar de los particularismos (en San Vicente, la laguna y la casa quinta, ahora museo y mausoleo, de Juan Domingo Perón), se trata de otro pueblo-ciudad bonaerense, mismos edificios y mismas caras y mismas rutinas diarias.

Y siempre el mismo bello donaire. Cada pueblo-ciudad es la posibilidad de una vida distinta, de comenzar de nuevo en un lugar mucho mejor.

Y siempre el mismo final: el camino de regreso, la posibilidad que queda atrás.

En aquella oportunidad —cuando pensé en pueblos y en suburbios por primera vez— le había preguntado a un tipo que pasaba por la calle dónde estaba la estación de trenes.

—Pero mire que ya no anda el tren —dijo.

El tipo tenía ganas de hablar y, antes de indicarme que debía caminar por el bulevar hasta el segundo semáforo y doblar a la izquierda, se hizo tiempo para decir que San Vicente es un pueblo tranquilo, que mejor que el tren ya no ande.

—Si vuelve a andar va a ser para peor. Estamos alejados de todo, a contramano de todo. Por eso es tranquilo. Si vuelve a andar va a ser para peor.

La estación de trenes es de 1928. El tren dejó de funcionar en 1978. Tiene el estilo inglés de las estaciones de trenes del sur bonaerense y excepto por los vidrios rotos y unas pocas pintadas, está en mejores condiciones que la mayor parte de las estaciones que sí funcionan. Techo de tejas rojas, paredes blancas, puertas, ventanas, columnas y todo lo demás en verde. La estación en uso más cercana pertenece a la localidad de Alejandro Korn y ni se le acerca a ese pulcro edificio. Quizás a eso se refería el hombre cuando dijo que la vuelta del tren sería para peor: la posibilidad de que San Vicente mute en Alejandro Korn.

La puja parecía entre dos conceptos, dos términos que definen gran parte de las relaciones del espacio social: pueblo y suburbio. El tren podría traer el suburbio al pueblo.

Desde ese día suelo buscar indicios de suburbio en los pueblos de la provincia cercanos a la ciudad. Cuantifico las rejas de puertas y ventanas. Observo los letreros pegados en los postes de luz que anuncian “Vecinos en alerta” o “Vecinos armados” o “Vecinos vigilando las 24 horas”. Reparo en las cadenas y en los candados que sujetan el mobiliario público.

El truco de magia performativo convierte al pueblo aislado en suburbio integrado; lo que se celebra en la villa se rechaza en el pueblo: la urbanización como fin deseado; la suburbanización como efecto indeseable.

Marcelo Pisarro Written by: