Un invento de la antropología: las redes sociales

Las redes sociales parecen no haber recorrido el gaznate de la anticipación. Ningún indicio en las novelas de H. G. Wells ni de Julio Verne; ninguna pista en los cuentos de Jorge Luis Borges ni de Philip K. Dick. Faltó ese tipo de expectativas, de imaginación amortizada, que acompañó la emergencia de los cohetes espaciales y de la comida congelada, de los órganos artificiales y de las aspiradoras eléctricas. Sólo aparecieron, apáticas y hastiadas, y con tal apatía y hastío se incorporaron a la vida cotidiana. Puede esperarse, pues, que su desaparición se asuma con igual apatía y hastío. O que dominen el mundo de la misma manera. Quién sabe.

Los dispositivos técnicos que consiguen provocar turbulencias en la cultura de una sociedad determinada suelen estar presagiados por años, a veces décadas, otras veces siglos, de imaginación y fantasía. Leonardo Da Vinci había conjeturado ingenios voladores a comienzos del siglo XVI; Elmer de Malmesbury lo hizo en el siglo XI. A Julio Verne se le atribuye haberse anticipado al helicóptero, a internet, al ascensor, los grandes trasatlánticos, los submarinos, los viajes a la Luna y mucho más. En historietas como las de Buck Rogers y Flash Gordon se encuentran montones de indicios de tecnologías que se incorporaron al ámbito de la vida cotidiana en décadas posteriores. Casi cualquier artefacto que haya engendrado nuevas formas de comunicación y de interacción, nuevas formas de andar y de vivir, acarrea su propia historia de visionarios, profetas y adelantados.

Las redes sociales, de las que Facebook y Twitter son hoy las más prominentes, no aparentan contar con un largo peregrinaje de ambiciones y de fracasos. Simplemente estuvieron disponibles y comenzaron a emplearse. Nada más. Alcanzaron el estatuto de necesidad sin siquiera haber sido deseo.

A falta de una historia mejor, puede afirmarse que las redes sociales son un invento de la antropología. Un invento que los antropólogos no supieron sostener, o cuya progenitura no pueden ya reclamar, pero un invento de la antropología al fin.

Aunque la expresión “red social” lo antecedía y lo sucedería, el significado más atinado para establecer una genealogía para tecnologías como Facebook y Twitter puede encontrarse en la obra de John A. Barnes, un ignoto antropólogo inglés, asociado a la Escuela de Manchester, que empleó el término en la primera mitad de la década de 1950.

Barnes había estado en Noruega entre 1952 y 1953 para realizar un “estudio de la comunidad”. Pronto se encontró con un mundo social que abundaba en organizaciones formales, pero donde la mayor parte de los individuos parecía tomar decisiones con referencia a contactos personales, que a menudo atravesaban los límites de esas organizaciones formales. Más que con una “comunidad”, se encontró con una “red social”.

“El concepto, por desdicha, no tuvo mayor continuidad dentro de la disciplina —escribió el antropólogo Carlos Reynoso—, y el análisis de redes sociales fue impulsado por las corrientes estructurales de la sociología que la convirtieron en una estática social bien intencionada pero más bien rutinaria. Hoy en día, tras treinta años de sueño hermenéutico y conformismo posmoderno, puede que los antropólogos no estén en la mejor forma para recuperar lo suyo y volver a situarse en la vanguardia del abordaje científico en el estudio de las redes. Pero de algún modo fueron los creadores de la idea”.

La idea primigenia de Barnes parece perdida. Buena parte (la mayor parte) de los estudios sobre estos artefactos, las redes sociales, siguen apelando a conceptos estáticos, a estructuras convencionales y rígidas. Y están equivocados.

Bien señalaba Reynoso que el cálculo estadístico sociológico no puede dar cuenta de estas redes. No hay aleatoriedad ni distribución normal, sino independencia de escala y ley de potencia. No hay “promedios”, ni “campanas de Gauss-Laplace”, ni “muestreos representativos”, sino conductas emergentes que cuestionan todo pensamiento mecanicista.

Las redes sociales son artefactos que casi nadie vio venir, pues casi nadie los esperaba ni deseaba. Acaso esta falta de previsión haya atentado contra su inteligibilidad. Y aunque la apatía y el hastío no puedan explicar la importancia relativa de un vértice en un grafo, sí son capaces de explicar muchas otras cosas.

Marcelo Pisarro Written by: