Monstruos marinos y otras alimañas acuáticas acechan a los veraneantes

Tortillas de camarones. Si me preguntan qué es lo mejor del mar, la respuesta no admite dudas. Tortillas de camarones. Todo lo demás es tangencial. La arena, las sombrillas, el sol, las chicas de virtudes ligeras, los niños molestos correteando y chillando como cabras, los tipos metiendo la panza adentro y fingiendo ser jóvenes. Todo esto se negocia, se soporta, se hace la vista gorda. Pero que no haya tortillas de camarones es imperdonable. Significa que el desastre está en puerta.

Las razones son impostergables. Una tortilla de camarones es un artefacto gastronómico delicioso, rayano a la perfección, que cumple la función de convertir al veraneante en comensal, de mantener a las personas lejos de las playas, lejos del mar y de las criaturas horrendas que lo habitan. No se necesita ser Sun Tzu para comprender que la mejor estrategia para no ser devorado por el Kraken es evitar ponerse a chapotear en el agua como un idiota feliz. Si se mantienen sobre tierra firme, comiendo una tortilla de camarones, es probable que conserven la vida y sus extremidades; es probable que se mantengan lejos de las fauces del Kraken. Pregúntenle, si no me creen, a Jack Sparrow.

Los libros de folklore marítimo y de criptozoología abundan en descripciones de criaturas temibles. Serpientes, calamares, pulpos, todos gigantes, todos peligrosos y todos voraces. No digo que debamos creer en criaturas marinas como Caribdis o Escila, de la mitología griega, o en Iku-Turso, de la mitología finesa, o en Leviatán, a quien probablemente se refiere el Génesis (1:21) cuando dice que “Dios creó los grandes monstruos marinos”. ¿Para qué preocuparse por antiguallas marinas, como la serpiente que Hans Egede, el santo nacional de Groenlandia, enfrentó en 1734, cuando el cine contemporáneo nos ofrece todo un catálogo de criaturas abominables que nos incitan a mantenernos lejos del agua?

Pirañas, ballenas, en especial tiburones. La cinematografía nos ofrece buenas razones para permanecer comiendo tortillas. Es cierto que no todas estas películas son particularmente brillantes, que no todas llevan a las personas a pensar dos veces si quieren darse un chapuzón en el mar. Por cada Tiburón (1975, de Steven Spielberg) hay montones de Tiburón 2 (1978), Tiburón 3-D (1983), Tiburón 4: La venganza (1987, con el tiburón que ataca a un helicóptero en vuelo), Alerta en lo profundo (1999), Shark Attack (1999), Shark Attack 2 (2001), Shark Attack 3: Megalodon (2002), Red Water (2003, el pobre Louis Phillips Diamond se enfrenta a un tiburón en un río de Louisiana), Creature (1998), Shark in Venice (2008, sí, tiburones en Venecia y uno de los hermanos Baldwin, el más venido a menos, debe enfrentarlos), L’ultimo squalo (1981), Blue Demon (2004, con Dee Dee Pfeifer, otra promesa cinematográfica incumplida: gracias por haberle servido hamburguesas a Michael Douglas), Shark Hunter (2001), Shark Zone (2003), ¡Tintotera! (1977, una producción mexicana con actores ingleses dirigida por René Cardona Jr., considerada ya una pieza de culto), Mako: The Jaws of Death (1978), y así, muchas más, sólo por nombrar las que vi (enteras casi todas, por desgracia para cuando llegue el momento de hacer el balance de mi vida). Ninguna de ellas me apartó del agua directamente, aunque a su manera lo hicieron, pues, si se lo piensa, las horas de mirar malas películas significaron horas de no chapotear como un idiota feliz a sólo un tarascón del Kraken. El cine salva vidas.

En las últimas semanas, por esos azares de los que uno desearía ponerse a salvo, derroché mi tiempo y juventud en varias películas recientes sobre monstruos marinos, o al menos acuáticos, o al menos monstruos. Ya desde el título uno debería saber que no debe invertir noventa minutos en estas cosas; sin embargo, ¿cómo negarse a películas que incluyen batallas finales entre pulpos y tiburones y cocodrilos y dinosaurios y dinosaurios-cocodrilos y tiburones-pulpos? Por ejemplo, en Mega Shark vs. Giant Octopus (2009), hay un súper tiburón y un súper pulpo rompiendo ciudades y puentes mientras el torpe ejército y los torpes científicos no saben cómo lidiar con ellos; y también están Lorenzo Lamas y Deborah Gibson, una celebridad musical hacia fines de la década de 1980 (en 1989 podías encender cualquier radio sabiendo que iba a estar sonando “Lost in Your Eyes”; Gibson tenía 18 años y dos discos certificados con triple y doble platino; pensalo así: ¿vos qué estabas haciendo a los 18?). Si uno creció viendo las viejas cintas de Godzilla vs. King Kong/ Mothra/ Megalon/ Giga/ Hedorah/ Mechagodzilla/ etc., y si además es lo suficientemente mayor como para recordar las canciones de Debbie Gibson, ¿cómo resistirse a este choque de titanes?

Aunque no sea culpable, ni siquiera partícipe, se nota la influencia del productor y director Roger Corman. Siempre está metido en estas películas, y si no está metido, sí lo está su principio: que con dos actores venidos a menos, tres chicas semidesnudas y veinticinco centavos en efectos especiales, se puede hacer una película de monstruos. Pienso en Sharktopus (2010, científicos idiotas inventan una mezcla de tiburón y pulpo), o en Dinocroc vs. Supergator (2010, con una de las últimas actuaciones de David Carradine), o en Dinoshark (2010, donde Corman hace de científico idiota, quizás para ahorrarse un actor), o en Supergator (2007, con Kelly McGillis, de Testigo en peligro), y así, hacia atrás. ¿Y quién puede culparlo? Corman produjo Piraña (1977, de Joe Dante). ¿Es su responsabilidad que hoy exista Mega Piraña (2010)? Probablemente sí. La primera producción de Corman fue Monster from the Ocean Floor, en 1954, que protagonizó Anne Kimbell en una playa mexicana. ¿Es su culpa que todavía se sigan haciendo las mismas películas de monstruos marinos sólo que con afiches menos vistosos? Por supuesto.

Tortillas de camarones, insisto. Lo mejor del mar son las tortillas de camarones y las criaturas espantosas que dan lugar a películas con celebridades marchitas y autoridades militares y científicas más torpes que uno, que parecen no haber visto jamás una cinta de monstruos como para descubrir quién está detrás de los cadáveres mutilados de jovencitas en bikinis que aparecen flotando en la playa.

Pues, aunque no lo veamos, el Kraken siempre está.

Marcelo Pisarro Written by: