El descenso es la muerte y el ascenso es la resurrección

Irse al descenso es morir. Eso dijo, o al menos eso entendí que dijo, Diego Maradona, días atrás, en una entrevista televisiva. Hablaba sobre River Plate, equipo que tras una seguidilla de flojas campañas podría verse obligado a pelear punto por punto su permanencia en la primera categoría del fútbol argentino.

Maradona afirmó, según las transcripciones, que River es un grande y que un grande no puede descender, pues “que River se vaya al descenso significa morir”. Luego agregó que todos, desde Julio Grondona (Presidente de la Asociación de Fútbol Argentino) hasta Cristina Fernández de Kirchner (Presidenta de la Nación), tienen que hacer algo para evitar que eso suceda. No sé qué querrá decir eso (“hacer algo”) en la retorcida, limitada y corrupta percepción de la vida social de Maradona. De hecho, prefiero ni saberlo.

Sin embargo, sí resulta interesante que se mencione al descenso y a la muerte en la misma oración. Hay allí un eco metafísico inevitable, en parte evidente y en parte oculto para sus mismos protagonistas. Recuerdo haberlo pensado hace unos años, al pasar, cuando Huracán estaba jugándose la promoción a la primera categoría frente al equipo de Chacarita, promoción que finalmente obtuvo.

Estas pocas notas son parte de un abandonado informe de campo sobre el primer partido, disputado en mayo de 2007, en el estadio de Huracán.

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Buenos Aires, sábado 26 de mayo de 2007, por la tarde. Es un sábado otoñal como deberían ser todos los sábados otoñales del universo: soleado, agradable, con hojas doradas sobre los adoquines y ese color apagado como a niñez. Caminamos desde Barracas hacia Parque Patricios, bien al sur de la ciudad de Buenos Aires, rumbo al Estadio Tomás Adolfo Ducó, también conocido como El Palacio, La Quema o simplemente la cancha de Huracán. Es sábado por la tarde, día de fútbol del ascenso. Huracán juega con Chacarita Juniors en un partido de la Primera B Nacional, la segunda categoría del fútbol argentino. Vamos buscando signos futboleros —vendedores de gorros y banderas, puestos de choripanes, multitudes con una misma camiseta— que satisfagan la angurria de alteridad etnográfica, pero no se ve nada. Es otro sábado soleado de otoño cualquiera, acá, en el sur de la ciudad. El partido pasará inadvertido excepto para quienes estén ahí.

Mi primo dice que es temprano, que estamos lejos del estadio, que si quiero nos sentamos por ahí a esperar que se arme el clima futbolero. Es hincha de Huracán, de esos que van siempre a la cancha y no tienen problemas en viajar cientos de kilómetros para ver al equipo de visitante; es de los que sufren, se sulfuran, tienen taquicardia y a la hora de elegir dónde mudarse, mejor si es cerca de la cancha. Una vez, en medio de un partido, se apoyó contra el paravalanchas y miró con gesto heroico a la gente que estaba más arriba; yo estaba más atrás, medio embolado, y me dijo cuán feliz lo ponía ir a la cancha. Hubo algo épico en toda la escena.

Doblamos en la esquina de Caseros y Colonia. Empiezo a pensar en si “el ascenso” tiene algún eco místico explícito o si adjudicárselo no es más que una paparruchada intelectual. En la Primera A se juega para salir campeón, y como premio adicional, participar de las copas continentales o intercontinentales. Pero el objetivo primario es salir campeón, dar la vuelta, hacerle gestos obscenos al contrario y todos a casa. En las categorías del ascenso, en cambio, salir campeón es más un medio que un fin: supone un tránsito de una categoría inferior a una categoría superior. Y especialmente en la Primera B Nacional (también llamada Nacional B o B Nacional), el objetivo es salir campeón no por el hecho mismo de salir campeón sino porque eso permite jugar en la máxima categoría.

Ecos teológicos: resucitar de entre los muertos y ascender al cielo. El Paraíso es jugar el domingo, el día del Señor.

Y mientras pienso en resurrecciones y ascensiones, repaso las reglas del Nacional B a la hora de las definiciones. Hay dos campeonatos, como en la A: apertura y clausura. Si un mismo equipo gana el torneo apertura y el torneo clausura, asciende directamente; si son dos equipos, juegan dos partidos y el ganador en el marcador global asciende directamente. Si un mismo equipo gana el torneo apertura y el clausura, el segundo ascenso lo disputan los dos equipos mejor posicionados que le siguen en la tabla final (sumando ambas ruedas); si los equipos que ganan el apertura y el clausura son diferentes, entonces el segundo ascenso lo disputa el perdedor del ida y vuelta con el equipo mejor posicionado en la tabla global. Los dos lugares vacantes de los equipos que ascienden son ocupados por los dos equipos peor posicionados en los promedios de la Primera División.

Pero además de dos ascensos hay también dos promociones, que serían algo así como un paseo por el limbo si la administración de Joseph Ratzinger no hubiese dictaminado su cierre y liquidación (por algún motivo poco estudiado casi nadie dice “Papa Benedicto XVI” sino “Joseph Ratzinger”, como si todos hubieran descubierto que Clark Kent es Superman y ya nadie quisiera considerarlo algo más que un provinciano torpe y anteojudo). En la promoción, dos equipos de la B se enfrentan con dos equipos de la A y el triunfador gana o conserva una plaza en la máxima categoría: digamos que dos almas, una que hizo buena letra en el infierno y una que sacó de las casillas a Dios en el cielo, se enfrentan en el limbo por un lugar en el Paraíso. En la primera promoción juegan el tercer peor promedio de la Primera División y el equipo perdedor de los partidos por el segundo ascenso; en la segunda promoción, juegan el cuarto peor promedio de la Primera División y el ganador de una liguilla disputada entre los cuatro equipos mejor ubicados en la tabla general, excluyendo a los dos ascendidos y al que disputará la primera promoción.

No es fácil barajar los posibles ecos teologales del término “ascenso” cuando uno debe recordar todas estas reglas. Esta tarde Huracán debe ganar para seguir con chances de jugar la final y ascender directamente. La promoción, al menos, la tiene asegurada.

—El contexto de la B es extraño —dice mi primo, ahora un informante etnográfico conciente de su rol en este drama—. Y más con un equipo como Huracán, que es el sexto grande —esto lo agrega con tono conclusivo, para que nadie mencione a otros posibles candidatos—. En este contexto no hay buenas o malas campañas: la campaña es buena si Huracán asciende y es mala si no lo hace. Por eso la gente está como loca. Ya no se bancan esta categoría del orto.

Sobre la calle Colonia se ven los primeros cacheos. En tanto ángeles guardianes de las puertas del cielo, los policías dejan mucho que desear. Las almas en pena se acercan a los molinetes, buscando la resurrección, buscando dejar atrás (o abajo, en el infierno) a esa categoría del orto. Buscando algún pedazo de cielo.

Marcelo Pisarro Written by: