Potosí para dummies

No es raro descubrir que los potosinos pasan un buen rato mirando el Cerro Rico. Lo observan en silencio, lo estudian, lo anticipan. Se detienen en una calle, se apoyan contra una pared o se sientan en un banco de plaza, y lo miran. Como se mira el mar, o la torre Eiffel, o una ruta que pasa por el frente de la casa. A veces ponen esa misma expresión que la gente de campo cuando contempla una tormenta venidera y es capaz de percibir algo que los demás no. Quizás se deba a que en una cultura minera no se mira el cielo ―algunos dicen que no hace falta porque Potosí está más cerca del cielo que ninguna otra ciudad― sino al cerro que se yergue sobre la localidad. El cerro que explota y al que explotan. Que pone el pan en la mesa y que también te pone en la tumba.

Alguna vez Potosí fue la ciudad más famosa del mundo, o al menos una de ellas, gracias a las vetas de plata del Cerro Rico. Hacia 1650, un siglo después de su fundación, Potosí tenía unos 160.000 habitantes; más o menos los mismos que Londres y Ámsterdam. Hoy el área metropolitana de Londres tiene unos 15 millones de habitantes; la de Ámsterdam, más de 2 millones. Potosí todavía cuenta con unos 205.000 habitantes, según el censo de 2012. Y ya no es una de las ciudades más importantes del mundo.

Muchas calles de Potosí están empedradas. Los techos tienen tejas gastadas y chuecas, de un rojo apagado y polvoriento. Es difícil calcular la edad de las casas más viejas. Algunas tienen cientos de años y todavía se mantienen en pie; otras no son tan viejas, pero lo aparentan. Los balcones cerrados, de madera, se multiplican en las cuadras serpenteantes e irregulares. Algunos están muy cuidados y otros están echados a perder. Al final de cada callejuela parece erguirse una iglesia con motivos del barroco mestizo. La altura promedio es de 3900 metros sobre el nivel del mar.

En un libro que se titula Folklore de Potosí, publicado en 1980 en una edición de mil ejemplares, su autor, el destacado escritor, historiador y folklorista paceño Antonio Paredes Candia, anotó que “con su publicación sólo anhelamos que los hijos de tan hermosa área del territorio boliviano vuelquen los ojos a su propio terruño y redescubran su inmensa riqueza espiritual, noble y valedera, cuya explotación no deja socavones vacíos, ni es riqueza que se agota, sino que puede ser el fundamento de una permanente industria turística que atraiga al extranjero visitante y edifique la actividad que necesita este pueblo de glorioso pasado y merecedor de un porvenir igual”.

Es una idea extraña para encontrar en un libro de folklore boliviano de 1980: la premisa de que el turismo extranjero debe sentar el fundamento para que los potosinos redescubran el pasado esplendoroso de su antigua ciudad minera y puedan así construirse un porvenir acorde. Que una sociedad sostenida en una industria “fuerte”, como la minería, puede reinventarse a través de una industria “liviana”, como el turismo, es una noción corriente; pero que una noción sea corriente no quiere decir que siempre dé resultado.

Ahora los turistas extranjeros son actores estables en el entramado dramático de Potosí. A veces parece que el redescubrimiento de la inmensa riqueza espiritual sólo derivó en letreros escritos en inglés que invitan a los viajeros a conocer las minas. La mayor parte de los tours consisten en una rápida escapada desde el centro hacia el barrio de las cooperativas, donde los visitantes se calzan botas, ropas y cascos; luego compran hojas de coca, alcohol, jugo y explosivos para obsequiarles a los mineros, como si les dieran maní a un mono del zoológico; después recorren el trayecto a la mina y descienden a su interior; y por fin, celebran la riqueza de tan hermosa área del territorio boliviano volándolo por los aires con dinamita. Quizás no era esto lo que Paredes Candia tenía en mente.

Marcelo Pisarro Written by: