La Casa Rosada está vacía

Un vistazo desde el balcón arroja una imagen contundente de esa afirmación que se repite porque se repite: que en verano no queda nadie en Buenos Aires. Es día de semana, por la tarde, el calor despertó las alertas naranjas y se podrían contar con precisión los peatones, los automóviles, los colectivos y los manifestantes que acampan de manera permanente en la Plaza de Mayo. El resto del año nadie podría contar nada desde acá. Sólo se vería barullo, un permanente hormigueo de personas y sistemas de transporte. Pero es verano. Y en verano, en Buenos Aires, no queda nadie. Mucho menos en Casa Rosada. Es más cómodo para deambular y holgazanear por sus pasillos y sus salas. Para simular que de hecho uno tiene una importante responsabilidad y que más vale que no lo importunen con preguntas como: Disculpe, ¿usted quién es?

El balcón concentra buena parte de las cargas simbólicas de la casa de gobierno. Porque allí dieron sus discursos Perón y Evita, porque allí Maradona levantó la copa de 1986, porque allí Alfonsín dijo que la casa estaba en orden y que felices pascuas, porque allí Madonna cantó para los descamisados de cartón pintado. Quizás por eso resulta un espacio incómodo. Si uno se asoma por el balcón, los transeúntes, sean pocos o muchos, se voltean para mirarlo y resulta algo vergonzoso. Muchas personas suponen que el balcón corresponde al despacho presidencial; que el presidente, sea quien sea, suspira: “Ah, voy a tomar un poco de aire fresco y de paso contemplar a mi querido pueblo”, y entonces se asoma y saluda a los casuales paseantes. No es así. El despacho presidencial está en otro lado. El balcón famoso da a Protocolo, sólo que ya no es Protocolo, sino el Salón de los Científicos Argentinos o algo así. En los últimos años cambiaron muchos nombres y funciones de los salones. Es difícil acostumbrarse a las nuevas nominaciones, aunque a veces sirve para descubrir a los arribistas y los recién llegados. Una vez un hombre de fuerte acento correntino y con más oro en sus anillos que la tumba de Tutankamón me preguntó por el Salón de los Pintores y Pinturas Argentinas. Lo dijo así, “Salón de los Pintores y Pinturas Argentinas”, todo de corrido, aunque creo que cambió de orden “pintores” y “pinturas”.

―Sí, el salón azul. Tiene que bajar.

―No, no. Tengo que ir al Salón de los Pintores y Pinturas Argentinas, no al salón azul.

―Es el mismo lugar.

―Me parece que no.

―Bueno.

Me gusta deambular por la Casa Rosada en verano. Me gusta inventarme una excusa para hacerlo. Uno se puede concentrar en los pequeños detalles, y los pequeños detalles, al estar imbuidos del material con que se construye el centro simbólico del poder del estado-nación ―el antropólogo Clifford Geertz diría que se trata del conjunto de formas simbólicas que expresan que una élite gobernante es de hecho la élite gobernante―, cobran un aspecto extraño y misterioso. De algún modo cada detalle se vuelve más complejo.

A fines del año pasado me crucé con un funcionario, bastante conocido él, que en el espacio público es una máquina monstruosa de decir sandeces, pero que, en privado, es capaz de sugerir las más intrincadas relaciones epistemológicas. A veces uno lamenta que los gobernantes no sean en público como lo son en la vida privada. Otras veces, por supuesto, lamenta lo contrario.

―¿Vos de nuevo por acá?

―Sí, vengo a comer por seis pesos. Como ustedes, que tienen coronita.

―Vení, mirá esto.

Fuimos a la todavía novedosa Galería de los Ídolos Populares, una colección de fotos de personajes públicos: Niní Marshall, Palito Ortega, el Gauchito Gil, Paloma Herrera, Patoruzú, Les Luthiers, Lionel Messi, Juan Manuel Fangio, Martha Argerich, Nicolino Loche, Guillermo Vilas, Zulma Faiad, y así, montones de seres reales e imaginarios combinados en plan Biblia y calefón.

―¿Sabés quién es ése? ―señaló una foto.

―Sabés que sé quién es ése.

―¿Quién es?

―Prodan. Luca Prodan.

―¿Quién fue?

―El cantante de Sumo.

―¿Qué música tocaba?

―Rock.

―¿De dónde era?

―De Italia.

―¿En qué idioma cantaba?

―En inglés ―ya sé que esto no es exactamente así, al igual que decirle “rock” es tacaño por genérico, por generalizador. Pero sabía a dónde quería llegar mi interlocutor y sabía qué responder para darle el pie. Tampoco quería que me privaran de comer por seis pesos. No nací ayer.

―¿Y por qué es un ídolo popular argentino si era italiano y cantaba rock en inglés?

―No sé. ¿Por qué?

―Porque podés decir que era un italiano que cantaba rock en inglés sobre las mañanas del Abasto. Porque es rock nacional. Porque es fácil de simplificar. Lo popular siempre es fácil de simplificar. Por eso estas fotos no tienen ni bosta que hacer acá. Las casas de gobierno no tienen ni bosta que ver con lo popular.

Lo que decía el funcionario ―lo que dice en privado y jamás diría en público― enfatiza la idea de que la Casa Rosada es una colección de formas simbólicas que expresan que una élite gobernante es de hecho la élite gobernante. Y que esas formas no pueden tender a la simplificación sino a la complejidad. El poder es poder porque tiene algo que se escapa, que no es abarcable, que no es mundano ni cotidiano, que no puede simplificarse como la carrera de Luca Prodan: es diferente mirar al balcón desde la calle que mirar a la calle desde el balcón. Cuando se mira al balcón desde la calle, se imaginan toda clase de misterios e intrigas. Cuando se mira a la calle desde el balcón, se sabe que la pintura de la Casa Rosada está descascarada; que los pisos de las salas están roídos y las alfombras rotosas; que el brillo dorado es mazapán pintarrajeado; que en las oficinas hay restos de bizcochitos de grasa sobre los teclados y tazas de café sin lavar; que hay cables sueltos donde debería haber lamparitas; que las banderas están tan mugrosas que podrían plantarle malvones;  que, en fin, ese espacio lejano y distante es de hecho abarcable.

Y que el poder, acaso, está en otra parte y no sólo en su representación. Si uno se asoma al balcón y saluda a los transeúntes, ninguno de ellos lo vitoreará ni lo aplaudirá por el mero hecho de estar en el balcón; a lo sumo le gritarán: ¡bajate de ahí, gil! Por eso, a la hora de vagabundear en verano, mejor quedarse en los pasillos y bien lejos de las ventanas.

Marcelo Pisarro Written by: