No todo es cultura

En los últimos años se volvió una mala muletilla la afirmación de que todo es cultura. Ya no en un sentido específico y de algún modo bienintencionado (el eslogan “Disco es cultura”, por ejemplo), sino en un sentido que bordea el relativismo más nihilista: que todo sea cultura quiere decir que entonces nada es cultura. Y en cualquier caso, decir que algo ―ya ni hablar de todo― es cultura es una manera poco educada de evitar precisar qué entiende uno por cultura.

“El concepto de cultura flota en una indeterminación singular”, escribió Hans-Georg Gadamer en Elogio de la teoría. “Cultura es una de las dos o tres palabras más complicadas de la lengua inglesa”, señaló Raymond Williams en Palabras claves. Pocas veces ha sido tan necesario recordar que una cosa es el objeto de estudio y otra cosa es el estudio de ese objeto: que una cosa es la cultura como hecho empírico y otra cosa es la cultura como construcción teórica.

Ahora bien, existe la posibilidad no muchas veces explorada de trascender esta distinción, de preguntarse si la cultura como hecho empírico sólo es perceptible mediante la cultura como construcción teórica. Sucede lo mismo que con la Bauhaus y la irrupción del objeto. Las personas sí construían y empleaban objetos antes de la emergencia de la Bauhaus, pero en tanto categoría teórica, los objetos recién hicieron su aparición (teórica, y en tal caso, empírica) con la Bauhaus. Los objetos empezaron a existir como objetos con la emergencia de un lenguaje que les permitió hablar, que les permitió definirse y ser definidos como objetos.

Es incorrecto afirmar que la cultura sólo existe en las páginas de los libros que dan cuenta de ella, pero aun así, ¿la cultura existe más allá de su conceptualización? Alguien dirá que sí, porque las personas no debieron esperar la emergencia del concepto “cultura” para hacer las cosas que hacen en su nombre; alguien dirá que no, porque la única forma de interpretar que aquello que se hace (o se hizo, o se hará) en nombre de la cultura puede ser llamado “cultura” es a través, y sólo a través, de las entidades conceptuales que dan cuenta de la misma.

Ocurre con la cultura lo mismo que suele suceder con los géneros musicales. Uno escucha los primeros discos de Stooges y dice que ese género es punk. Otro le dice que no, que el punk no se había inventado todavía y que acaso sea proto-punk (usar “proto” es un reiteración insoportable del periodismo musical). Esto ilustra el problema de las nominaciones: algo existe sólo cuando puede ser nombrado. Y cuando todo puede ser nombrado con la misma denominación (“cultura”, por ejemplo), entonces nada existe como entidad singular.

Decir que todo es cultura es como decir que todos somos seres vivos o que todos somos hijos de Dios. Porque todos somos hijos de Dios ―se quejaba Umberto Eco hace unos años―, y los animales también son hijos de Dios, y sin embargo los chicos nunca vieron a una cabra en clase enseñándoles las reglas de ortografía. Y si bien todo es cultura ―podría apostillarse a Eco―, los chicos en clase aprenden las reglas de ortografía y no las reglas de las competencias de pedos y eructos que los divertirán en los recreos.

La idea de que todo es cultura omite la noción de parámetros y valores. Y lo primero que debería aprenderse o enseñarse acerca de la cultura es que los parámetros y los valores de cada cultura expulsan de sí misma todo aquello que no se ajusta a la propia definición que cada cultura tiene de sí misma. Lo único que tienen en común las diversas definiciones de “cultura” es un principio de delimitación y jerarquización: parámetros y valores que regulan con menor o mayor ferocidad o laxitud qué es cultura y qué no lo es.

No todo es cultura, ése el principio teórico y empírico básico. El resto es chapucería, mojigatería y, peor aún, pobreza conceptual.

Marcelo Pisarro Written by: